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Miguel Barrero, ante el desafío de la educación hoy

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En una semana en la que celebramos el Día Internacional de la Educación, el director de Educación de la Fundación Santillana, Miguel Barrero, hace un análisis sobre el contexto educativo en el mundo de hoy y las perspectivas para su futuro a corto plazo. Reflexiona sobre el tipo de ciudadanos que necesitamos para que el mundo experimente el cambio global que necesita en estos momentos con el fin de que se produzca una verdadera revolución social. Y la escuela tiene un papel crucial en todo ello.

El mundo de hoy, cambiante, disruptivo, innovador, lleno de oportunidades y retos necesita ciudadanos activos y participativos, con una gran autoconfianza, autónomos, curiosos, adaptados al cambio y promotores de innovaciones, ávidos de participar de la riqueza a la que contribuyen, convencidos de la necesidad de crear más valor individual y colectivo y forjados en la cultura del equilibrio entre esfuerzo y recompensa.

Este mundo nos obliga a cambiar maneras de aprender y enseñar y también a reflexionar sobre cuál es el conjunto de habilidades, competencias, conocimientos y valores que necesitan los estudiantes de hoy para enfrentarse a este mundo cambiante.

Hemos asistido y estamos inmersos en cambios de una entidad tal que no podemos por menos que pensar en una nueva economía, en una nueva política, en una nueva sociedad y en una nueva cultura. Y, por supuesto, en una nueva educación.

La tecnología, la globalización de los mercados o la comunicación a gran escala han modificado también el estilo de vida de los ciudadanos, cambiando la manera en la que consumen los recursos naturales y materiales para satisfacer sus necesidades, en gran medida provocados por el marketing y la publicidad.

 

Los jóvenes como esperanza de cambio

 

Pero la esperanza de cambio está en los jóvenes: el espacio de la escuela es crucial para despertar las conciencias e introducir nuevas cuestiones que permitan desencadenar una verdadera revolución en la sociedad y contribuir al desarrollo de actitudes acordes con las necesidades del siglo XXI.

Promover la sustentabilidad de la vida en el planeta y al mismo tiempo generar prosperidad económica e inclusión social de familias, comunidades y naciones es un desafío que requiere individuos con habilidades como la resiliencia, la colaboración, la empatía, la escucha activa o la capacidad de diálogo, comunicación y gestión de las emociones para tomar decisiones racionales, considerando sus impactos en el presente y en el futuro, en la dimensión individual y colectiva. Y esas habilidades se aprenden, sobre todo, en la escuela.

La escuela ha ido evolucionando, aunque despacio

 

La escuela no es una institución de grandes revoluciones ni de incendios; la escuela necesita tiempo y calma. La escuela no funciona bien por imperativos externos, por amenazas ni por visiones apocalípticas; la escuela necesita argumentos, convencerse y ser persuadida porque su paradigma, en términos generales, y para bien o para mal, ha seguido funcionando durante décadas y porque ha tenido los suficientes mecanismos de evolución que la han permitido ir adaptándose a las transformaciones sociales. No es cierto que la escuela no haya cambiado nada.

Sin embargo, la envergadura del cambio que necesita hoy el sistema escolar no es la propia de la evolución que la escuela ha requerido a lo largo de los siglos XIX y XX, tiempos en los que se conformó el paradigma escolar industrial que hoy resulta insuficiente a todas luces; la dimensión de la transformación que hay que provocar es desconocida porque en la anterior revolución (la industrial) está precisamente el origen de la escuela que ha pervivido -con incesantes modificaciones, adaptaciones, revisiones y mejoras- hasta hoy, momento en el que nos enfrentamos a una nueva revolución que reclama la definición de su propio paradigma educativo.

Y esta sustitución de modelo es un proceso de calado: buscamos instituciones donde el conocimiento se construya, donde la autoridad y el poder no estén en el saber como un producto cerrado y canónico; donde se aprenda en colaboración y se trabaje en equipo; donde no imperen los contenidos, donde reinen las competencias y las habilidades; donde se promuevan pedagogías activas que demanden el protagonismo discente; donde se potencien la creatividad y el pensamiento crítico; donde se escuche menos y se hable y se comunique mucho más; donde los espacios estén más abiertos, los horarios se relajen y las disciplinas se hablen entre ellas; donde se aprenda por deseo y por pasión y no por imperativo u obligación; donde, en definitiva, aprender sea una tarea por siempre inacabada.

Un cambio histórico

 

El reto es no eludir la responsabilidad de hacer de la escuela una institución coetánea con sus tiempos, una institución irremplazable, una institución dotada de un destino social, una institución comprometida con el progreso y la igualdad de oportunidades. El reto es aceptar que la dimensión del cambio, esta vez, es realmente histórica por su profundidad y por su complejidad. Porque una de las características del cambio de paradigma es definir una educación para un mundo incierto y en constante transformación.

Pero la escuela sin el trabajo específico del docente no tiene sentido. En lugar de ser la fuente central de conocimiento, el docente en este siglo tiene que ser un experto que guía, crea curiosidad y aprovecha todas las oportunidades para explorar intersecciones entre disciplinas. Debe ayudar a fomentar habilidades como pensamiento crítico, colaboración en equipo, comunicación por diferentes medios y creatividad. Siempre con la meta de crear más capacidad de automanejo en sus alumnos, el docente de este siglo fomenta la curiosidad y la capacidad de buscar respuestas. Deja que se frustren sus estudiantes y, así, aprendan a sobrepasar sus frustraciones y mejorar sus colaboraciones por medio de práctica y reflexión.

 

El papel de los docentes

 

Por eso, se trata de que los docentes tomen un papel activo no solo en el proceso de aprendizaje de sus estudiantes, sino de que desarrollen aquellas habilidades que aseguren un proceso de cambio en la educación, que les otorguen un mayor protagonismo en su función y en el refuerzo de su presencia pública. Solo de esta manera, generándose desde dentro para desarrollar su propia cultura innovadora, incidiendo en la estructura organizativa y profesional, implicando al profesorado en un análisis reflexivo de lo que hace los cambios quieren tener una incidencia real en la vida de los centros han de generarse desde dentro para desarrollar su propia cultura innovadora, los cambios tendrán un impacto real.

En Fundación Santillana estamos en pleno proceso de debate sobre la necesidad de que estudiantes, escuela y docentes vayan al mismo ritmo, y ese es el ritmo que está imponiendo la sociedad. Durante esta semana en la que celebramos el Día Internacional de la Educación queremos tener más presente que nunca todo este proceso de transformación global que está llevando a cabo la educación. Queremos contribuir a que ese proceso sea una realidad a través de nuestro trabajo y de la concienciación social de que esto es absolutamente necesario para el progreso. Porque educación y desarrollo deben ir de la mano aquí y en todas partes del mundo.

La educación nos une.

Miguel Barrero, director de Educación de la Fundación Santillana.