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Desarrollar competencias en la escuela es una cuestión de equidad

School children in uniforms standing in circle & holding hands

Carles López y Miguel Costa, de la Fundación Empieza por Educar, reflexionan en este artículo sobre la importancia y la necesidad de orientar la educación de forma real hacia el desarrollo de competencias para la vida en el siglo XXI en la escuela. Insisten en que como sociedad no nos podemos permitir que solamente algunos tengan acceso a una educación de calidad. Para ellos,  «calidad y equidad es un binomio indisociable».

“El mundo está cambiando: la educación debe cambiar también. Las sociedades de todo el planeta experimentan profundas transformaciones y ello exige nuevas formas de educación que fomenten las competencias que las sociedades y las economías necesitan hoy día y mañana”. Las palabras son de Irina Bokova, antigua directora general de la UNESCO.

Reflexionar sobre las competencias necesarias para la vida en el siglo XXI y, consecuentemente, sobre el papel de la educación en el desarrollo de dichas competencias, es tan necesario como urgente. No es un debate caprichoso del sistema educativo español, sino que forma parte de una reflexión que se está llevando a cabo a nivel mundial. El mundo está cambiando, y no dejará de hacerlo. Mientras, en España continuamos teniendo el reto de cerrar la brecha entre el discurso y la realidad educativa.

 

El discurso y la realidad

De un lado, hablamos sobre la evaluación de competencias, el trabajo globalizado, la personalización del aprendizaje y de la necesidad de que la educación dé respuesta a los retos sociales, medioambientales y económicos del siglo XXI. El discurso está alineado con el consenso internacional sobre hacia dónde tiene que ir la educación. No obstante, la realidad es distinta: a menudo, la evaluación continúa centrada en contenidos medibles a través de un examen, el aprendizaje es memorístico y uniforme y se fragmenta el conocimiento en asignaturas. Existe una brecha clara entre el discurso y la realidad de la educación en España.

Para cerrar esta brecha es imprescindible que, en primer lugar, todos los agentes del sistema (escuelas, universidades, administraciones públicas, sindicatos, etc.) orienten de forma real y efectiva sus acciones a lograr que todos los niños y niñas desarrollen las competencias para la vida en el siglo XXI, pudiendo dar respuesta a sus retos individuales y a los retos sociales y medioambientales. El International Bureau of Education (IBE) de la UNESCO establece el marco competencial necesario para lograrlo, destacando como competencia más relevante la capacidad de aprender a lo largo de la vida (lifelong learning).

Orientar la educación a las competencias del siglo XXI

Incrementar la calidad de la educación, es decir, orientarla de forma real hacia el desarrollo de competencias para la vida en el siglo XXI es necesario, pero en ningún caso suficiente. Como sociedad no nos podemos permitir que solamente algunos tengan acceso a una educación de calidad. Esta debe llegar a todos los niños y niñas del país. Calidad y equidad es un binomio indisociable.

Sabemos que el nivel cultural, económico y social del entorno de un niño afecta a su aprendizaje y a su educación. Consecuentemente, en los entornos más desfavorecidos, los niños y niñas tienen menos probabilidad de tener éxito educativo. Aparte de la injusticia social que ello supone, pensar que esta problemática afecta solamente a los entornos más desfavorecidos es un grave error, pues tiene claros efectos negativos sobre el conjunto de la sociedad. Si una educación de calidad aporta competencias a los niños y niñas para hacer frente a los retos sociales, medioambientales y económicos, cuando parte de la población no la recibe, incrementa la contaminación, el machismo, las crisis económicas y el poco sentido crítico hacia los populismos.

¿Cómo, por lo tanto, puede la educación de calidad convertirse en el generador de equidad y justicia social que repercuta positivamente en toda la sociedad? Probablemente, la respuesta a esta pregunta se encuentre en el entendimiento de la acción educativa, no como una mera transmisión de conocimiento, sino en el desarrollo de competencias académicas, profesionales y, sobre todo, personales que permitan la generación de ciudadanos libres y comprometidos con la mejora de su entorno.

¿Debemos, por lo tanto, definir unas competencias básicas que serán generadas por el sistema educativo y que definirán a la ciudadanía de la sociedad de este siglo? Sin duda, pero siempre teniendo en cuenta que el punto de partida en el desarrollo de dichas competencias es claramente desigual en función de entorno socioeconómico y sociocultural. Las competencias que debemos desarrollar a través de la educación en aquellos estudiantes que proceden de entornos de mayor complejidad están claramente relacionadas con las mínimas expectativas que el propio entorno deposita sobre estos sujetos.

La contribución de la escuela para generar ciudadanos mejores

De forma consistente, competencias como el pensamiento crítico, la autonomía, la mentalidad de crecimiento, la búsqueda de un propósito que impacta en la sociedad… parecen ser exclusivas de estudiantes que se forman en entornos más favorecidos. Y sin embargo, son estas competencias las que generarán futuros ciudadanos con capacidad de mejorar la sociedad, por lo que el esfuerzo en contribuir desde la escuela a la adquisición de estas cualidades en los estudiantes que parten en desventaja ha de ser máximo.

El desarrollo de la confianza, la mejora de la autoestima, la relación directa entre el esfuerzo y la perseverancia y el éxito, el concepto de inteligencia maleable frente a la inteligencia fija o las altas expectativas sobre uno mismo son efectos que la escuela ha de ser capaz de potenciar/generar en los estudiantes con mayores dificultades.

Únicamente así la adquisición de las “competencias clave” podrá ser origen de igualdad de oportunidades, nos permitirá aspirar a una cultura profesional y a una sociedad que sea más justa y afrontar así los retos a los que nos enfrentamos en las próximas décadas. El desafío que esta circunstancia supone para la escuela es apasionante, y nos debe de forzar a utilizar todas las herramientas didácticas, pedagógicas y profesionales de las que disponemos. Nos debe obligar a consensuar, a socializar el conocimiento a eliminar debates superfluos y trabajar de forma colaborativa, porque es el futuro de nuestros estudiantes lo que está en juego.

Carles López y Miguel Costa. Fundación Empieza Por Educar.