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Conversación con Mariano Fernández Enguita

De lo que se trata no es de inventar otra escuela, sino de volver a pensar, una y otra vez, qué es la escuela, y qué hay que hacer para defenderla, escribe Jorge Larrosa en su sugerente ‘Esperando no se sabe qué[1]’. Sobre la escuela y sobre cómo comprenderla para poder pensarla mejor lleva décadas escribiendo nuestro invitado en esta nueva conversación #enclaveFS de la Fundación Santillana, el catedrático de sociología en la Universidad Complutense de Madrid, Mariano Fernández Enguita.
Repasar su bibliografía es recorrer los principales debates, retos, encrucijadas y problemáticas de la escuela de las últimas décadas. Desde sus primeros trabajos centrados en la escuela como institución dentro de una sociedad, a su último libro publicado, ‘Más escuela y menos aula[2]’, en el que, lejos de querer acabar con la institución, Fernández Enguita defiende la necesidad, más que nunca, de recuperar la escuela, pero una escuela diferente, reclamando una ‘vuelta aggiornada’ a la esencia de la escuela, liberándola, paradójicamente, de la constricción que supone en estos momentos lo que fue, junto al libro de texto, su principal innovación: el aula. Un dispositivo alrededor del cual se estructuran cosas tan diversas como el currículo escolar, la carrera profesional docente o la misma organización escolar.
Los títulos de sus publicaciones, son en sí mismos, una rica fuente de reflexión sobre nuestra escuela. De todos ellos, llama la atención hoy, ‘Educar en tiempos inciertos[3]’, publicado en el año 2001, y en el que Fernández Enguita exploraba algunos de los cambios a los que, ya entonces, estaba sometida tanto la institución escolar, como la profesión docente, y que hoy 20 años después y en el contexto que estamos viviendo, cobran una nueva relevancia[4].

Cuando no sabes por dónde va a ir el cambio, cuando hay un alto grado de incertidumbre, tienes que formarte y formar para ser capaz de analizar las cosas sobre el terreno, para ser capaz de responder más activa, incluso, más proactivamente a esos cambios.

Hemos entrado en un mundo global, postindustrial y digital. Un mundo de acelerado y en gran medida impredecible cambio, comienza diciendo en esta conversación Mariano Fernández Enguita, para quien, todos los grandes cambios de la historia han tenido consecuencias sobre la escuela.
“Cuando no sabes por dónde va a ir el cambio, cuando hay un alto grado de incertidumbre”, sigue Fernández Enguita, entonces, “tienes que formarte y formar para ser capaz de analizar las cosas sobre el terreno, para ser capaz de responder más activa, incluso, más proactivamente a esos cambios”. Algo que nos recuerda, como no puede ser de otra manera, a esto otro que decía hace unos años el filósofo Daniel Innerarity: “la formación en una sociedad del conocimiento es la capacidad de ser creativos en un ambiente de especial incertidumbre, de gestionar adecuadamente esa disonancia cognitiva que está en el origen de nuestros fracasos a la hora de comprender la realidad.[5]
Y que, a su vez, nos vincula con las principales preguntas que nos estamos haciendo a lo largo de este proyecto de conversaciones[6]: ¿cuál es el sentido de la escuela? ¿qué vale la pena aprender en un mundo cambiante, crecientemente complejo, problemático y desigual? ¿qué significa hoy estar alfabetizado? ¿qué deberíamos enseñar hoy en la escuela?

La escuela no se justifica solamente como un medio para un fin o unos fines, sino que es un fin en sí misma.

Fernández Enguita no duda en responder que lo primero serían las competencias más tradicionales, la lectura y la escritura, los lenguajes, en general. No solo el dominio de la propia lengua o el de otras lenguas para comunicarnos en otros contextos geográficos o culturales, sino también los lenguajes de las matemáticas, de la ciencia, el lenguaje audiovisual, el digital, el musical. Pero también nos sugiere la necesidad de otros aprendizajes que nos ayuden a afrontar los cambios que estamos viviendo. Lo que nos devuelve a la idea de responder a los cambios.
Repensar la escuela en el contexto actual y repensar su sentido; responder a qué debemos aprender nos exige “tener en mente los grandes cambios”. Si estamos en una sociedad del aprendizaje, entonces debemos ir más allá de la enseñanza y del centro de la enseñanza y pensar también en “el centro del aprendizaje y, por consiguiente, en aprender a aprender y en la metacognición”. Si estamos transitando “de una sociedad estable o previsible a una sociedad de cambio o imprevisible”, entonces debemos formar gente “adaptativa capaz de moverse en distintos entornos cambiantes”. Si el movimiento es desde “un mundo nacional a un mundo global y de una ciudadanía homogénea a una ciudadanía heterogénea, pues ahí importan las lenguas francas, el conocimiento del mundo, saber vivir con los demás, ser capaces de vivir con los diferentes.” Si vamos, dice por último Fernández Enguita, “de un mundo industrial a un mundo postindustrial o líquido, pues entonces importa hacernos a la idea de que no vamos a tener una trayectoria lineal, completamente previsible, haciendo siempre lo mismo.”
No está de más recordar que una escuela “no es tan solo un conjunto de cursos y reuniones más o menos bien dispuestas. Es una institución en la cual las relaciones entre las personas, el conjunto de la gestión diaria y todo el entorno material conspiran -desde el punto de vista etimológico respiran juntos- para instituir una forma particular de actividad humana basada en valores específicos: el reconocimiento de la alteridad, la exigencia de precisión, de rigor y de verdad, el aprendizaje conjunto de la construcción del bien común y de la capacidad de pensar por uno mismo.[7]” Que la escuela, como sostiene Fernández Enguita en esta conversación, “no se justifica solamente como un medio para un fin o unos fines, sino que es un fin en sí misma”. Y que, por tanto, repensar la escuela, no es solamente pensarla en términos de aprendizaje, sino también en términos de cuidado y de bienestar de las personas en la institución.
O como sostuvo Buner, que la tarea central de la escuela es ayudarnos a dotar de significado a nuestras vidas, a nuestros actos y a nuestras relaciones. “Vivimos juntos en una cultura, compartiendo formas de pensar, de sentir, de relacionarnos”, decía Bruner, por lo que “del mismo modo que aprendemos a trabajar juntos, tenemos que aprender a aprender de los otros, a compartir los esfuerzos para comprender el mundo personal, social y natural[8]” con los otros. Y qué mejor lugar para aprender con y de los otros que en la escuela.

Carlos Magro
@c_magro

 
[1] Jorge Larrosa (2019). Esperando no se sabe qué. Sobre el oficio de profesor. Editorial Candaya. p. 13
[2] Mariano Fernández Enguita (2018). Más escuela y menos aula. La innovación en la perspectiva de un cambio de época. Ediciones Morata.
[3] Mariano Fernández Enguita (2001). Educar en tiempos inciertos. Ediciones Morata.
[4] Aunque la conversación está grabada hace unos meses, este texto se ha escrito durante el confinamiento provocado por la pandemia de covid19.
[5] Daniel Innerarity. Nueve Valores educativos para sobrevivir en la sociedad del conocimiento.
https://www.dge.mec.pt/sites/default/files/Curriculo/Conferencia_Ed_Sec_XXI/educacion_soc_del_conocimiento_daniel_innerarity.pdf
[6] Sobre el proyecto de conversaciones En clave de Educación ver https://www.fundacaosantillana.org.br/ed21/en-clave-fs-texto/
[7] Philippe Meirieu (2006). Carta a un joven profesor. Por qué enseñar hoy. Graò. p.95
[8] Jerome Bruner. La educación, puerta de la cultura. 2012. p. 12

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