El proyecto «La Escuela que viene. Reflexión para la acción», en el que la Fundación Santillana ha trabajado durante tres meses, ha aportado grandes aprendizajes muy valiosos para la comunidad educativa. Tras muchas horas de reflexión y conversación, las conclusiones nos ayudan a mirar la escuela desde un nuevo prisma tras la crisis de la COVID-19. Esto es lo que hemos aprendido.
A menos de un mes para que comience el nuevo curso en España, con los colegios cerrados en medio mundo y con la incertidumbre dominando el panorama sanitario, social, económico y educativo, aprender de la experiencia, de lo vivido hasta ahora, se convierte en una herramienta valiosísima para afrontar lo que le espera al panorama educativo.
Durante los meses de mayo, junio y julio pasados, Fundación Santillana puso en marcha el proyecto La escuela que viene. Reflexión para la acción.
La escuela que viene es un espacio abierto a la participación y a la reflexión colectiva que busca explorar el impacto de la crisis global de la COVID-19 en la escuela. No se trata de inventar otra escuela, sino de volver a pensar qué es hoy lo esencial de la escuela. Y de imaginar entre todos la escuela que queremos.
Cuatro grandes ciclos vertebraron este proyecto, que volverá a partir del mes de septiembre: La escuela digital: ¿qué nos deja la pandemia?, Evaluación de los aprendizajes, El sentido de la escuela y otras miradas a la escuela que viene.
En ellos participaron más de 100 voces de 30 países a lo largo de 62 horas de conversación educativa y fueron muchos los aprendizajes que se obtuvieron y que se recogen en este documento.
Entre todas las voces pudimos hacernos una idea global de las necesidades reales de la escuela de hoy, de sus estudiantes, de sus docentes… Se elaboró un mapa de las urgencias y se pusieron sobre la mesa los errores que no deberían seguir cometiéndose.
¿Existen desigualdades a la hora de sacar partido a las tecnologías? ¿Hacen falta políticas públicas que sean capaces de mitigar esas desigualdades? ¿Puede un ordenador en sí mismo sustituir a la escuela?
La Fundación Santillana, a través de este intenso proceso de cocreación, ha tratado de poner orden en este documento sobre el caos que se generó en el mundo de la educación cuando se desató la pandemia siguiendo el camino trazado por cada uno de sus ciclos:
Escuela digital: qué nos deja la pandemia
Desigualdad. Esta fue la palabra que más se repitió a lo largo de este ciclo, que se ha grabado en la mente de toda la comunidad educativa y que probablemente no se olvide nunca. Es una de las cosas que ha evidenciado esta situación de crisis. Desigualdad en la conectividad (especialmente en las zonas rurales), desigualdad en la adquisición de dispositivos tecnológicos necesarios.
En el marco de estas desigualdades, valoramos dos funciones insustituibles de la escuela: las tareas ligadas a la enseñanza y las vinculadas con el cuidado. Aprendimos que estos son los puntos de partida para reflexionar sobre las múltiples oportunidades que ofrece una escuela digital.
La tecnología es más veloz que la escuela, pero a través de este ciclo se llegó a la conclusión inequívoca de que las tecnologías no pueden ser un fin, sino un medio para resolver objetivos educativos al que debemos darle su justa utilidad.
En este ciclo dialogamos con personas que lideraron grandes iniciativas educativas digitales desde el Estado y desde organizaciones de la sociedad civil. ¿Y qué aprendimos de ellas? La importancia de contar con políticas educativas que ayuden a mitigar las desigualdades que mencionábamos antes. Eso sí, para eso deben ser conscientes de que existen y analizar todas sus peculiaridades. Necesitamos respuestas urgentes de ellas y capacidad para que naveguen en los mares revueltos de la incertidumbre, una cuestión ahora más necesaria que nunca.
Evaluación de los aprendizajes
Aprender… ¿Qué ha ocurrido con el aprendizaje durante todo este tiempo? ¿Qué tipo de aprendizaje ha habido (si es que lo ha habido)? ¿Quién ha formado parte de él? ¿Quién ha ayudado a los estudiantes a aprender durante la ausencia de la escuela como lugar físico y de los docentes? Después de todo, la vida es un aprendizaje constante y jamás se deja de aprender, por más que se cierren a cal y canto las puertas de las aulas.
Remarcamos el sentido de esta frase: “La escuela nunca se confinó, se trasladó a pantallas, conversaciones y cuadernos donde el aprendizaje continuó y continúa vivo”.
Durante estos tiempos de crisis hemos aprendido a innovar, a dar respuesta a las necesidades de los y las alumnas con los métodos más diversos y probablemente en muchos casos nunca puestos en práctica hasta ahora. Tanto el docente como el estudiante han mantenido el aprendizaje vivo. De ambos es el enorme mérito de que la escuela siguiera “abierta”.
Perdimos el contacto y los afectos, las miradas y las batallas en los pasillos Ganamos la oportunidad de conectar en las videollamadas o de hacer llegar las tareas en papel recogiéndolas en tiendas, en camionetas o con la distancia de seguridad necesaria en las puertas de las escuelas cerradas.
Descubrimos que los espacios perdidos de la escuela debíamos ganarlos en afectos a través de las pantallas, en preguntas y en cuidados.
La evaluación formativa ha sido uno de los términos educativos abanderados en la crisis y aunque su puesta en práctica ha sido desigual y en estado de pandemia, el eco de su propuesta es una oportunidad de crecimiento y mejora para los sistemas que resonará en el horizonte.
El inicio de la crisis marcó la réplica de los ritmos escolares en la pantalla: el mismo horario, los mismos contenidos, las mismas explicaciones, las mismas actividades… ¡algunas veces hasta los mismos recreos! Docentes, alumnos y familias no tardaron mucho en darse cuenta de que una jornada en la escuela no es lo mismo que una jornada en la escuela confinada de la pantalla. La evidencia ha traído consigo una actualización metodológica que huye del trío explicación-actividad-examen.
Nos hemos dado cuenta de que era el momento de innovar, de buscar nuevas fórmulas para llegar a los estudiantes y del enorme valor que ahora adquiría ese concepto, en un momento en el que cualquier recurso era bueno para llegar al corazón del estudiante y a su deseo de seguir aprendiendo, de no quedarse varado en el camino de la incertidumbre.
Y todo ello, gracias a los docentes, a su paciencia, a su entrega y a su aceleración digital, que ha conseguido que no se rompan los lazos con el alumnado.
Con la escuela en la pantalla y con las actividades en casa, la mirada de las familias ha penetrado con más fuerza en el sentido de los aprendizajes y en la idea de evaluación más allá de la nota.
Las conversaciones sobre las calificaciones han puesto en el centro del debate nuevos conceptos: acompañamiento, asesoramiento, respuestas cualitativas, evidencias, diarios…
El sentido de la escuela
¿Cuál es el sentido de la escuela? Fundamentalmente, que tenga sentido para todos y todas. Ese ha sido el gran aprendizaje de este ciclo de reflexión. La escuela que tiene sentido es la que ayuda a los estudiantes a dar sentido a su vida escolar, a dotar de sentido a los saberes que promueve.
Tuvimos que dejar de asistir a la escuela para darnos cuenta de su importancia, de lo necesaria que es, más allá de ese lugar donde los estudiantes van a cumplir con un currículum prediseñado. Y también para ver de cerca las desigualdades de las que muchos no eran realmente conscientes. Las sociales, las tecnológicas, las económicas que derivan en otras muchas… Quizá todo esto nos haga darnos cuenta cómo es realmente la escuela que queremos y nos ayude a esforzarnos, a luchar por conseguirla.
En estos meses de pandemia, se ha reafirmado el sentido de la escuela como espacio público, democrático y de igualdad. Como un lugar guiado por la equidad y orientado hacia la justicia y la construcción de lo común. La escuela que necesitamos es aquella que crea oportunidades y ofrece posibilidades.
Y todo esto no es posible lograrlo con un ordenador. Es cierto que sin ellos no habría existido continuidad en el aprendizaje (en un nivel muy desigual, eso sí), pero esta situación nos ha enseñado que los recursos tecnológicos deben ser iguales para todos o no habrá nunca las mismas oportunidades para todos.
La escuela somos todos y en estos meses hemos encontrado una escuela comprometida. Ese compromiso lo han adquirido las familias, se han movilizado las comunidades educativas y han encontrado el apoyo de redes vecinales y de otros agentes sociales también han sido determinantes.
La escuela está hecha de relaciones, vínculos y afectos. Es un lugar creado y cuidado por quienes lo habitamos. En la escuela aprendemos de otros y junto a otros. La escuela es el hogar de los aprendizajes compartidos. Es un lugar de encuentro entre generaciones que alimenta al mismo tiempo la individualidad y lo colectivo. Que nos alienta a desarrollarnos como personas y como comunidad, en lo personal y lo común, para decir yo y hacer el nosotros. Pero la escuela sola no puede.
Hemos aprendido lo importante que es desarrollar algunas habilidades transversales como la autonomía para el aprendizaje, la gestión del tiempo, reflexión crítica, la atención o el cuidado de uno mismo y de los otros. Que la escuela juega un papel determinante en la lucha frente a las desigualdades, pero también que, en muchos casos, desatiende estas desigualdades, las naturaliza o las refuerza. Hemos visto cómo aún encontramos, en muchos lugares, una escuela que pretende dar respuestas indiferenciadas ante lo diferente. Que falla a la hora reconocer que lo realmente excepcional es la igualdad.
Hemos aprendido lo importante que es reconocer las diferencias, poner altas expectativas en todos y todas y asumir una responsabilidad compartida sobre el aprendizaje de cada uno de los alumnos.
Lo cierto es que han sido muchos y diversos los aprendizajes obtenidos durante estos meses de reflexión y de conversación. Hemos aprendido a mirar la escuela con otros ojos. Esta situación nos han enseñado a valorarla verdaderamente y a poner el énfasis en algunos aspectos de ella que tal vez habíamos dejado abandonados.
Todos estos aprendizajes nos animan a seguir conversando, a seguir conociendo diferentes puntos de vista y a escuchar cada vez más voces. Solo así tendremos una visión completa de en qué situación se ha quedado la educación desde que la crisis de la COVID-19 irrumpió en nuestras vidas. Lo haremos a partir de septiembre.
Nos enfrentamos a un comienzo de curso diferente. Será un reto para la escuela. Tal vez de los más duros que pueda vivir. La incertidumbre no es buena consejera. Pero todos nos hemos hecho más fuertes.
La educación nos une.